Arriba del tren de Santander a Madrid, en esos 400 y pico de kilómetros. Uno lo aborda y se acomoda cómodamente en esas filas, que son dos asientos juntos y uno individual, ocurrió un incidente que cuento ahora. Sucede que el asiento individual, al que solo divide un pasillo, un misterioso pasajero llegó, vestía saco sport y al rostro una barba, con un tambache de periódicos y revistas, al verle imaginé que era un escritor. Absorto en las lecturas así se la llevó de parada en parada, hasta llegar a Madrid, chulona mía, había subido en La primera estación del tren en Torrelavega, Traía la revista dominical de El País y la leía en lunes. Terminó de leer todo y allí las abandonó, como se abandonan los zapatos viejos, cantaría Joaquín Sabina, poco antes un joven pasó a su lado y pidió permiso de tomarse una selfie, mi esposa Matilde me dijo que le preguntaría quién era, le dije que no, luego me arrepentí. Sucede que un día después, en la madrileña Calle Serrano, entré a una librería a comprar cuatro libros de Juan Eslava Galán, gran escritor español, mi hija Marimar buscó en el Goggle una foto y, todo parecía que el extraño pasajero lo era él, uno de mis escritores favoritos, entonces me arrepentí de no haber dejado le preguntaran quién demonios era. Quizá me pasó lo que un día escribió un escritor que llegó a la fama. Sucede que de chiquillo su padre lo llevó a ver un juego y cuando tuvo a su ídolo al pie le pidió un autógrafo, el deportista le dijo: “Dame tu lapicero”, no llevaba nada y aquel le dijo: “Te lo perdiste”. Desde ese día, juró por todos los santos de su pueblo, que jamás dejaría de cargar un lapicero y así lo hizo de por vida. Así yo mero ahora mismo, jamás detendré a alguien que quiera preguntar quién era ese personaje. Fin de la historia.
LECTORA ORIZABEÑA
Una lectora orizabeña me escribió, mientras andaba en mis andanzas madrileñas, me dijo que aprovechara yo mero para escribir sobre los ruidos que generan los autos con sus cláxones en las inmediaciones de los hospitales y que, en Orizaba, cerca de los hospitales, debían poner anuncios de no tocar el claxon. Eso es de cultura de los pueblos, uno se asombra de que en Japón no oyes un claxon tocar nunca, son los más respetuosos del mundo. Con el mismo tema, escribió que las ambulancias debían llegar de inmediato a socorrer a algún caído o de riesgo en la calle. Me asombré de que estando comiendo en Santander en El Mayor, restaurante bueno y barato, una señora en silla de ruedas se cayó de la misma, el dueño llamó de inmediato a los paramédicos y no les miento, llegó en 12 minutos, bajaron cómo se ven en las películas gringas, en xinga y atendieron la emergencia, con camilla y con los aditamentos especiales atendieron la emergencia. La ambulancia llegó y cerró la calle, primero la salud de alguien y luego el tráfico. Quedé sorprendido.
|
|